martes, 26 de marzo de 2013

Uno no es de donde nace, sino de donde pace (… y lo que hace), por Andy Paul Gills, inglés de origen indio participante en nuestro Curso de Olivenza.









Estimados amigos:


Permitidme hacer una pequeña presentación de quien soy y de donde vengo antes de compartir mi experiencia en Olivenza a mano de CAPT en la Feria del Toro 2013.


Aunque mi madre me dio un nombre Sánscrito, me llaman Andi ya que eso que te llamen por la calle como ‘Néctar’ puede herir la sensibilidad de ‘hombrecicos’ como yo. Soy A.Paul Gill, nací hace cuatro décadas en la ciudad de Lady Godiva, Coventry, Reino Unido, en una familia digamos poca ortodoxa (en todos los sentidos) y muy multicultural. Mi madre tiene sus raíces en el subcontinente de la India (Punjab) y mi padre en el continente de África (Kenia). A veces se escribe mi primer nombre con la ‘y’ al final, pero la verdad es que en estos asuntos estoy abierto como la cultura que me dieron. Además, a cualquier hombre le hace sentir orgulloso abanderar el nombre de su padre!


Volviendo al asunto. No soy ningún entendido de la tauromaquia. Carezco de los conocimientos técnicos y léxicos. No pertenezco a ninguna peña o asociación taurina (aunque ya después del fin de semana en Olivenza me siento muy ligado al CAPT). Pero os aseguro que sé identificar el lenguaje corporal y universal de lo bello. Sí! Un morlaco bien presentado con “trapío” se puede sentir con la yema de los dedos desde el tendido. Se puede ver con los ojos la valentía y el arte de un matador. Y si lo unimos el compañerismo del pueblo que se respira dentro de una plaza junto al compás de un buen pasodoble, podríamos decir esto es estar en la gloria.

Llevo trece años yendo a corridas de toros como espectador (más bien como observador), suelo ir a dos corridas cada temporada religiosamente: una novillada en las ferias de la muy noble villa de Astudillo, Palencia. Y la otra en las ferias de mi querida ciudad de adopción donde resido: Valladolid (al que cariñosamente se llama ‘Pucela’). Aunque Valladolid es una ciudad taurina, me choca (y me duele) no ver la plaza totalmente llena. No obstante, en Pucela hay  una amplia gama de grandes entendidos, toreros, novilleros, cortadores,  y hasta una asociación taurina muy antigua.

Sin embargo, mi contacto con ‘La Fiesta’ ha estado presente desde hace muchos más años, aunque con menos intensidad, cuando venía a veranear de pequeño a lo largo y ancho de España gracias a TVE y Canal Plus. Me acuerdo de muchas tardes oyendo o viendo corridas transmitidas por la tele al son del calor. Daba igual que no entendiera nada. Lo importante para mi era lo que sentía: El paseíllo. Los clarines. Las tres fases de la faena. El color del albero. Los caballos acolchados. Plazas abarrotadas. Gente muy bien arreglada. En fin, La Fiesta Brava.

Antes de Olivenza, nunca había tocado ni manejado una muleta en mi vida. Los ‘trastos’, es decir la muleta con su espada y el enorme capote son sorprendentemente difíciles de sujetar. Así que manejarlos como es debido para poder hacer autenticas virguerías es un logro en si. No obstante, animaría a cualquiera que lo intentará. Aunque se cansa uno después de unos minutos de hacer el toreo de salón, el cuerpo te pide más y más. Yo al menos, no me cansaba de hacer volar el capote de un lado al otro soñando y sintiendo el vaivén de mi cuerpo. Diría que tiene mucho que ver con el baile. Un amigo siempre dice que los toreros deben bailar y hacer bailar.

El curso que realicé era ideal para un principiante como yo. Con deciros que no sabia armar una muleta y ahora sí me da una satisfacción a nivel personal además me ofrece una perspectiva nueva de ver como los profesionales torean. Luego estuvimos en la tienta de lo que me parecía durar unos cuatro horas. Era un sinfín de vaquillas, al menos eso es lo que me comunicaba el cuerpo a mi mente. Había aficionados de todas las partes de España y de todas las edades y profesiones. Hasta aficionados de distintos países como yo que se atrevían a vencer sus miedos y ponerse delante de una o dos becerras!

Yo me apunte a Olivenza por varios motivos. Tengo un vinculo con Extremadura a nivel de amigos y familia. He dado pedales con mi bici por casi toda la región que es realmente bella y desconocida por muchos. Así que como buen ciudadano del mundo, quiero esta tierra junto a sus dehesas y fincas bravas. También, era una oportunidad para disfrutar y aprender a manos de profesionales de una de las ferias más importantes que inicia la temporada taurina. Pero el factor principal viene a raíz de un percance que tuve y que acabo con un fin más feliz que infeliz. En la tarde de 25 del diciembre de 2008 tuve un accidente de circulación, que me ha dejado más de una secuela. Desde entonces, me he propuesto una serie de metas para conseguir. El primero fue lo más difícil y tardío: el poder andar. Tardé dos largos años para andar con normalidad. El segundo reto fue volver a dar pedales, y en el verano de 2011 hice el Camino de Santiago desde Roncesvalles. El tercero fue poner a prueba mi castellano haciendo un máster en la universidad de Ávila donde logre más sobresalientes que notables. El cuarto reto no le he logrado pero estoy en ello: aprender a tocar la guitarra española. Y el quinto reto era ponerme delante de una becerra con los trastos para comprobar lo que se siente y para ver si era capaz de pensar y moverme a la vez. Gracias a Rafael, a Nacho, a Eduardo, y como no al paciente Jesús, lo he podido realizar lo no realizable.

Es difícil explicar lo que uno siente delante de estos animales bravos. Me supongo es como enfrentarte a una situación inesperada llena de complicaciones donde intentas a lidiarlo como puedes. Miedo hay, y mucho, igual que a los contratiempos que nos da la vida, pero hay que pensar y tirar del carro. Después de dar mi primer pase de muleta con “El Ojo Perdiz” se me quitaron todas las dudas sobre mí, mis miedos, mis piernas, TODO. Lo que sentí era una paz y complicidad con el animal. Su nobleza me dejo KO. No se los pases que di con la primera ni cómo, pero sé que el tiempo que estuve fue único. Las agujas del reloj se pararon. Cada movimiento del animal y de mi muleta duraba una eternidad. Es como ver una película en ‘slow motion’ sin ruido externo ni gente que te distraigan. Jamás olvidare los ojos ni la cara de mi primera vaquilla. Tampoco puedo olvidar los tres pases que conseguí con la última becerrita de color negro donde hubo un pase de pecho que me parecía una vía de tren de largo. Inolvidable.

Han pasado casi cuatro semanas y aun siento lo mismo. Podríamos emplear el refrán ‘feliz como una perdiz’. He comentado a muchos sobre mi experiencia en Olivenza, hasta me siento mejor persona y más vivo. Lo ‘malo’ es que esto engancha. Estoy soñando con la próxima para ver si puedo aplicar los próximos retos delante una vaquilla: parar, templar, y mandar…

1 comentario:

  1. ¡Olé por Andy! No muchos españoles serían capaces de acercarse al mundo del toro con la sensibilidad y buen criterio que él nos ha expuesto. ¡Bravo!

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