"El periodista era un infiltrado en medio de más de medio
centenar de aficionados de todas las edades y cunas que se dieron cita en
Olivenza. El reclamo era una nueva edición del curso de toreo práctico
organizado por el Club de Aficionados que comandan el diestro sevillano Eduardo
Dávila Miura, el antiguo novillero pacense Ignacio Moreno de Terry y el
escritor y empresario Rafael Peralta Revuelta. Pero lo que iba a ser un fin de
semana diferente se convirtió pronto en un reto. El afán de superación, la cultura
del esfuerzo y el ambiente de compañerismo ligaban los miles de muletazos y
capotazos esbozados al aire húmedo de la coqueta placita de Olivenza.
Los alumnos -muchos no había tocado un capote o una muleta
en su vida- pronto enhebraron sus propias historias personales al reclamo de
una afición que -pese a quien pese- está más viva que nunca. “Ya he hecho más cursos y te puedo
asegurar que me han servido como aficionado pero sobre todo me han influido en
mi vida personal”. Las palabras son de Pepe, un valenciano de sonrisa franca
que completaba un variopinto retablo humano: como Donatella, una italiana
comunicativa y llena de afición; o dos rotundos alemanes que descubrieron el
toreo en una anterior estancia española; o Carlos, un taxista sevillano que
pudo encarnar el mayor ejemplo de afán de superación de todo el ciclo. Pero
allí también había sitio para un adolescente francés, tímido e introvertido,
que acudió a Olivenza con su padre, otro excelente aficionado del otro lado de
los Pirineos. No podemos olvidar a Justo, un asturiano a la vuelta de sí mismo,
que se cruzó España para reincidir con estos toreros de fin de semana que, de
alguna manera, han cambiado el rumbo de unas vidas que se entrecruzaron durante
tres días tan intensos como inolvidables.
La jornada comenzaba temprano. La ausencia de lluvia
permitió que el ruedo encharcado de la plaza de toros se convirtiera en aula de
los aficionados prácticos bajo la batuta de Eduardo Dávila Miura. El torero
sevillano mezcló exigencia y un excelente don de gentes para sacar lo mejor de
cada alumno en función de sus posibilidades. Nacho Moreno pulió detalles
con la muleta; Javier Valdeoro, un banderillero convertido en excelente docente
mostró los secretos del toreo de capote y los hermanos Jesús y José Manuel
Collado -otro ejemplo de entrega a los alumnos- enseñaron los resortes de la
suerte de matar y los rudimentos del tercio de banderillas que acabaron
costando al plumilla un severo y doloroso mamporro.
Dentro de las sucesivas lecciones recibidas por
banderilleros consagrados como el Niño de Leganés o Álvaro Montes y el
testimonio de ganaderos de prestigio como Daniel Ruiz o Cipriano Píriz, la
presencia de Julián López El Juli, máxima figura del toreo actual, dotó al
curso de un interés especial. Conocer de viva voz la vocación torera de un gran
maestro fue una de las guindas del evento. Pero había que seguir entrenando;
todavía había que machacar aquel cite o pulir ese embroque a pesar de que la
noche había convertido el ruedo y los tendidos de la plaza en un cruce de
sombras. El domingo era la prueba de fuego y la ecuación de nervios, miedo y
sentido de la responsabilidad alteraron el sueño de la mayoría de aficionados.
La prueba delante de las reses -ocho becerras de Los
Espartales- fue en la plaza cubierta que levantó El Juli en su finca El Freixo, a
dos tiros de escopeta de Olivenza. Allí se soltaron los nervios definitivamente
y todos, absolutamente todos, torearon a su modo a las vacas. Caía la tarde y
aquel medio centenar de locos volvía a sus casas sintiéndose importantes. El
periodista también".
Publicado por Álvaro Rodríguez del Moral, periodista taurino, corresponsal de EFE y Correo de Andalucía, Blog "La tarde colgada a un hombro"
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